Tras difundirse en los medios de comunicación rusos, el cuestionamiento de la versión conspiratoria oficial del 11S se extiende en África.
Un importante diario argelino publica una entrevista donde Thierry Meyssan, analista político francés, fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace, expone el trasfondo político de los hechos.
En Francia, a pesar de la censura, dos periodistas reavivan la polémica. Eric Raynaud ha publicado un nuevo libro sobre las mentiras de la hipótesis oficial y Frederic Taddei acaba de plantear abrir un debate sobre los atentados del 11 de septiembre.
En Estados Unidos Jeff Gates, autor de libros muy conocido, abogado, banquero de inversiones, educador y asesor de dirigentes gubernamentales, corporativos y sindicales en todo el mundo, publica un artículo donde pone en evidencia los beneficios para Israel de los atentados. Alfredo Embid.
- Mustapha Farhat. Entrevista con Thierry Meyssan: «El 11 de septiembre no tiene nada que ver con Al Qaeda».
- Entrevista con Eric Raynaud autor de “11 de septiembre: falsedades al descubierto”.
Fuente: 11 de septiembre: falsedades al descubierto”.
- Jeff Gates* ¿Qué papel jugó la relación EEUU-Israel en el 11-S?.
Entrevista con Thierry Meyssan* director de la red Voltaire *: «El 11 de septiembre no tiene nada que ver con Al Qaeda» por Mustapha Farhat *, Periodista, islamólogo, redactor jefe adjunto del diario argelino Echorouk.
En momentos en que el periodista Frederic Taddei acaba de abrir en Francia un debate sobre la posibilidad de una discusión sobre los atentados del 11 de septiembre, Thierry Meyssan responde a las preguntas del importante diario argelino Echorouk sobre este mismo tema.
Echorouk: Ocho años después del famoso 11 de septiembre, los expertos parecen cada vez más escépticos ante la versión oficial estadounidense de los atentados. Usted fue uno de los primeros en denunciar esa versión y en pronunciarse por una investigación independiente que aclarara los hechos y en exigir verdad y justicia. En aquel entonces, usted era una voz discordante. Pero actualmente muchos expertos apoyan la tesis que usted expresó en aquel momento. ¿Qué fue lo que cambió haciendo que la versión oficial americana haya dejado de inspirar confianza hoy en día?
Thierry Meyssan: En primer lugar, la palabra del gobierno de los Estados Unidos, respetada en 2001, ha perdido su credibilidad. Después del escándalo de Colin Powell mintiendo descaradamente ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, después del escándalo de George W. Bush inventando las armas iraquíes de destrucción masiva, es lógico que la opinión pública cuestione lo que esos mismos personajes dijeron sobre otros temas.
En segundo lugar, al día siguiente de los atentados todas y cada una de las agencias estadounidenses ofrecieron informaciones fragmentadas sobre los atentados. Yo subrayé que todos aquellos elementos del discurso se contradecían entre sí, pero yo era el único que los comparaba en aquel entonces. En 2004, ante la presión de las familias de las víctimas, el presidente Bush nombró una comisión investigadora. Esta, por supuesto, se dio a la tarea de darle la razón al presidente. Pero se vio obligada a redactar una versión única de los atentados. Al no poder resolver las contradicciones oficiales, lo que hizo fue evitar todo lo que fuera problemático. Son esos defectos flagrantes de ese informe los que provocaron la cólera de las familias de las víctimas y suscitaron la creación de numerosas asociaciones en pro de la verdad.
Finalmente, el tiempo disipó el choque emocional. Hoy en día resulta más fácil debatir serenamente sobre ese tema y, por lo tanto, albergar dudas.
Echorouk: Según las investigaciones que usted mismo ha realizado y el cúmulo de estudios realizados por numerosos expertos, ¿qué fue lo que realmente sucedió el martes 11 de septiembre de 2001?
Thierry Meyssan: Nuestra memoria es selectiva. Recordamos tal o mas cual hecho de aquel día, pero también hemos olvidado muchos de ellos. Todos recordamos que dos aviones chocaron contra el World Trade Center, que un tercer avión explotó en vuelo sobre Pensilvania, que hubo una explosión en el Pentágono y que las Torres Gemelas se derrumbaron. Generalmente se olvida que hubo «gente informada» que especuló en los días anteriores [al 11 de septiembre] en base a una [futura] caída de las acciones de las compañías aéreas y de las compañías de seguros implicadas, que un incendio devastó el anexo de la Casa Blanca, que en la Casa Blanca se recibió una llamada de los atacantes en la que se usaron los códigos presidenciales, que hubo un tercer edificio que también se derrumbó en la zona del World Trade Center, que Israel cerró todas sus embajadas, que el Servicio Secreto desplegó equipos especiales para impedir un ataque aerotransportado en Washington y que la marina de guerra estadounidense puso dos portaviones en estado de alerta para impedir un desembarco naval en la costa de Washington.
En definitiva, esa operación es un choque interno de las élites estadounidense, una forma de golpe de Estado. A partir de aquella fecha, el presidente Bush no fue más que una marioneta en manos de una facción del complejo militaro-industrial.
Echorouk: ¿Y los presuntos organizadores… «Al Qaeda»?
Thierry Meyssan: La idea de que un grupúsculo de una veintena de fanáticos pudiera infligir tanto daño al país más poderoso del mundo es digna de los comics estadounidenses. De ser así, las armas clásicas ya no tendrían utilidad alguna. Esos son cuentos de niños.
Echorouk: El grupo de Ben Laden sigue siendo un enigma en cuanto a su creación y su financiamiento, así como su propagación por el mundo islámico y sus objetivos. ¿Es posible que exista un vínculo entre los Estados Unidos, la CIA o el Mossad y otros servicios secretos con «Al Qaeda»?
Thierry Meyssan: Osama Ben Laden era un financista. Había sido reclutado por la CIA en 1977 y enviado a Afganistán para apoyar a la oposición de derecha contra el gobierno de izquierda. Cuando los soviéticos respondieron a las provocaciones con su apoyo militar al gobierno, se presentó a Ben Laden como un capitalista saudita que lo había dejado todo para luchar contra el Ejército Rojo. Hasta era miembro por aquel entonces de la Liga Anticomunista Mundial (WACL, siglas en inglés.), junto a varios dictadores proestadounidenses.
En 1990, cuando los soviéticos salen de Afganistán, Osama Ben Laden recibe una nueva misión. Bajo las órdenes del príncipe Bandar, se le ordena utilizar a los antiguos combatientes árabes de Afganistán en la realización de diversas operaciones de desestabilización en otros países. Pero los muyahidines habían luchado contra el Ejército Rojo en defensa de un país musulmán, no para servir a los Estados Unidos, y sólo estaban dispuestos a emprender nuevas aventuras si se les proponía un objetivo que les pareciera noble, no para servir al príncipe Bandar y a la monarquía saudita. Fue en ese momento que Ben Laden adoptó la retórica antioccidental y antisionista. Pero siempre actuó como un títere de la CIA y de Bandar.
Hay que saber que todos esos personajes eran amigos íntimos. Salim, el hermano mayor de Osama [Ben Laden], era socio de George W. Bush en Houston (Texas), en la sociedad petrolera Harken. La familia Ben Laden creó con la familia Bush el fondo de gestión de acciones conocido como Carlyle. Bandar se convirtió en una especie de hijo adoptivo de Bush padre, lo cual le valió el sobrenombre de «Bandar Bush». Pero Osama Ben Laden estaba gravemente enfermo y tenía que someterse constantemente a hospitalizaciones y tratamientos de diálisis. Su huella se pierde en octubre del año 2001. Desde entonces nos han estado alimentando con casetes groseramente falsificados, como lo demostró el instituto suizo Dalle Molle, la principal autoridad mundial en materia de autentificación de grabaciones de audio y de video.
Echorouk: Paradójicamente, ese grupo golpea fuertemente en los países musulmanes, como Arabia Saudita, Irak y Argelia, cuando se supone que su objetivo es «defender las tierras del Islam contra la cruzada occidental». ¿No existe duda alguna sobre el papel que desempeña para favorecer una injerencia americana en esos países?
Thierry Meyssan: Al Qaeda no es una organización estructurada. Es una firma que está siendo utilizada para la realización de diversas operaciones por parte de diferentes agentes. Cuando se trata de terrorismo, no se juzga a la gente por su retórica sino por sus actos. Y esa firma ha sido utilizada para desestabilizar a numerosos países, nunca para atacar a Israel y liberar la Palestina ocupada.
Echorouk: ¿Puede realmente el «presidente del cambio» –Barack Obama– cambiar los Estados Unidos de George Bush y cambiar a los neoconservadores construyendo un Estado de derecho que tenga en cuenta el porvenir de la humanidad en vez de los caprichos de las transnacionales?
Thierry Meyssan: Barack Obama es el presidente del cambio de apariencia, no del cambio de fondo. Los neoconservadores se unieron a él durante su campaña electoral. Ahora se han hecho más discretos para que se produzca la ilusión, pero siguen ahí. Se ha olvidado que esa gente cambia de partido político como de camisa. En su juventud eran trotskistas. Se hicieron republicanos con Reagan y con Bush padre, con Clinton se convirtieron en demócratas, volvieron a ser republicanos con Bush hijo, y ahora vuelven a ser demócratas con Obama. Son como las veletas, que indican la dirección del viento.
Pero su visión política sigue siendo la misma: extender los intereses estadounidenses a través del mundo mediante la guerra y la utilización de Israel. El nuevo secretario general de la Casa Blanca, Rahm Emanuel, es mucho más peligroso que los anteriores porque no está gastado.
Echorouk: Usted se exiló de Francia desde hace algún tiempo. ¿Cuáles son las razones de ese exilio?
Thierry Meyssan: Estados Unidos puso precio a mi cabeza desde el año 2002. Mi país me protegió durante años. Las cosas cambiaron con el fin del mandato de Jacques Chirac y con la llegada de Sarkozy [al poder]. Recibí información sobre lo que se estaba preparando contra mí y tuve que tomar rápidamente el camino del exilio. Todos mis colaboradores se exilaron también. Actualmente estoy viviendo entre Damasco y Beirut.
Echorouk: Usted ha denunciado la falta de libertad de expresión en Francia. ¿Cómo es posible cuando todo el mundo sabe que Francia es sinónimo de libertad personal y profesional?
Thierry Meyssan: La libertad nunca es definitiva. Es un ideal que se conquista día a día. Francia ha cambiado mucho en dos años. Hoy en día sus medios de prensa se han hecho monolíticos. Permiten expresar muchos matices pero no la expresión de opiniones disidentes. La presión es extremadamente fuerte cuando se trata de tres temas en particular: la OTAN (lo cual incluye el 11 de septiembre y la guerra en Afganistán), Israel y el presidente Sarkozy. Para citar un ejemplo, por decisión del Consejo Superior Audiovisual las cadenas de radio y televisión tienen prohibido dejarme hablar sobre el 11 de septiembre, y por consiguiente sobre ninguno de los grandes temas de política internacional. Otro ejemplo, el año pasado los seis principales sindicatos de periodistas denunciaron la omnipresencia de la censura en todo lo que tenga que ver con el presidente Sarkozy. Dijeron que la libertad de prensa nunca ha sido tan limitada en los últimos 60 años, incluyendo el terrible periodo de la guerra de independencia de Argelia.
*Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace.
Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008)
Fuentes: Original en francés: http://www.voltairenet.org/article162103.html
En español: Voltaire. 2 de octubre de 2009.
http://www.voltairenet.org/article162369.html
Por Thierry Meyssan
A ocho años de la caída de las torres gemelas, se derrumban elementos de la versión oficial: un libro de Eric Raynaud –que retoma investigaciones anteriores, algunas de ellas de la Red Voltaire– concluye que ningún avión de pasajeros se estrelló contra el Pentágono y que las torres no se derrumbaron por el impacto de los aviones
Ocho años después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el periodista Eric Raynaud publica un libro que disecciona la versión gubernamental que Estados Unidos ofreció al mundo. Aunque las autoridades se aferran a su versión de los hechos, ningún experto se arriesga ya a apoyar los detalles de ésta. El enfoque despolitizado de Raynaud permite, efectivamente, la reconstrucción de un consenso en el seno de la sociedad y colmar el abismo existente entre la prensa y el público.
—Usted acaba de publicar 11-septembre, les vérités cachées (11-septiembre, las verdades ocultas). En este libro usted pasa en revista numerosos temas. Pero ¿cuáles son, en su opinión, los elementos más importantes de los que disponemos actualmente y que no se conocían hace ocho años?
—Un hecho esencial ha sido la divulgación del informe de la comisión investigadora instaurada por la administración de Bush-Cheney en el verano de 2004. Sus conclusiones eran tan inaceptables, en el plano intelectual, que han despertado la curiosidad de los pensadores, los científicos, los universitarios, los expertos, etcétera. Los rigurosos trabajos de estos últimos han dado como resultado que hoy, ocho años después de los hechos, están demostrados dos elementos fundamentales: ningún avión de pasajeros se estrelló contra el Pentágono y los derrumbes de las torres gemelas (del World Trade Center) no se debieron a los impactos de los Boeing 767 ni a los incendios provocados por el combustible de éstos. En realidad, la versión oficial sobre los dos hechos esenciales más espectaculares de aquel 11 de septiembre de 2001 está hoy descalificada.
—Es cierto, pero esos elementos ya estaban descalificados antes de la publicación de ese informe. ¿Por qué la publicación del informe cambió la percepción de la opinión pública sobre el tema y dio lugar a las asociaciones de ideas que usted menciona en su libro? Quisiera que se entienda bien el sentido de mi pregunta: ¿Por qué lo que yo (Thierry Meyssan) escribía en 2001-2002 era inaceptable en Estados Unidos y por qué, por el contrario, a partir de 2004 una parte de la opinión pública estadunidense consideró que lo inaceptable era la versión gubernamental?
—En efecto, esos hechos ya eran conocidos. Pero sólo lo eran para aquellos que estaban buscando la verdad, cada uno por su lado. Y estaban totalmente marginados. Las familias de las víctimas, los bomberos de Nueva York, todos los que habían expresado dudas desde el primer día estaban a la espera de ese informe. Ante esa maraña de verdades falsas, de deformaciones de la verdad, de “olvidos” particularmente molestos, toda esa gente saltó a la palestra, por decirlo de alguna manera. Sobre todo porque la credibilidad de gente como David Ray Griffin o Richard Gage y de sobrevivientes que dieron sus testimonios les permitió hacerlo. Desgraciadamente para la administración de Bush, ese momento coincidió más o menos con la aparición de la web 2.0, que fue un instrumento decisivo en esa lucha. Todos, eficazmente agrupados en asociaciones muy específicas y serias, intercambiaban sus informaciones, sus estudios, análisis. La suma de ese enorme trabajo tenía que arrojar como resultado, efectivamente, un cambio en la actitud de la opinión pública ante hechos que se habían vuelto evidentes. Me parece que usted cometió el error de haber tenido razón demasiado temprano sobre el atentado contra el Pentágono. Después de haber tratado de desmontarla por todos los medios, una cantidad considerable de periodistas estadunidenses aceptaron la tesis que usted había presentado. Y ellos mismos lo confiesan hoy en día, como David von Kleist que, después de haber sido un adversario de la tesis que usted expresara anteriormente, se encuentra hoy entre los Truthers (partidarios del movimiento estadunidense por la verdad sobre el 11 de septiembre. Nota del traductor) más activos.
—¿No sería posible considerar las cosas desde otro ángulo? Cuando yo emití las primeras críticas no existía una versión gubernamental coherente, sino un montón de información fragmentaria proveniente de diversas agencias. Siempre me respondían que yo no había entendido nada. Al tratar de unificar toda esa información fragmentaria en una versión única, la Comisión Presidencial se encontró ante la cuadratura del círculo. Su trabajo demostró esencialmente que era imposible contar esa historia de forma coherente. La comisión incluso evitó abordar numerosos problemas, llegando al extremo de olvidar el derrumbe del edificio siete.
—De todas formas el informe de la comisión investigadora estaba condenado al destino que finalmente ha tenido: al rechazo puro y simple por parte de los que estaban esperando lo que iba a decir la administración de Bush. Los atentados fueron un conjunto de hechos tan grandes, todos de carácter único, con algunos que parecen lógicos y otros que parecen menos lógicos, que resultaba una tarea imposible. Por cierto, George Bush se había dado cuenta de eso cuando rechazó, desde el principio, la creación de aquella comisión. Y cedió únicamente ante la presión popular, pero lo hizo tratando de minimizarlo: nada de medios, nada de dinero, poco tiempo y un hombre de confianza como director ejecutivo. A pesar de eso, si dos conocidos periodistas que trabajan para las mayores cadenas, entre ellos el corresponsal de la CNN en el Pentágono, dicen en vivo en los minutos siguientes al famoso suceso que “ningún avión se ha estrellado aquí”, parece difícil que una comisión investigadora gubernamental pueda citarlos cuando el gobierno afirma exactamente lo contrario. El problema de la comisión es que las palabras se las lleva el viento mientras que las imágenes y el sonido grabados van a perdurar. Y se pueden consultar. La misma preocupación existe en el caso del edificio siete. En un informe preliminar, la Federal Emergency Management Agency estipula que “no tiene explicaciones sobre las razones de la caída de este edificio de 186 metros de altura”. La agencia gubernamental encargada de continuar la investigación, el NIST, tampoco tiene explicación para esto… Así que se “olvida” la caída de un edificio prácticamente del mismo tamaño que la Torre Montparnasse (de París) a la velocidad de caída libre –6.5 segundos– en un informe de casi 600 páginas. Finalmente, en agosto de 2008, el NIST encuentra una explicación truculenta que no convence a nadie. Se trata, en efecto, de lograr la cuadratura del círculo. Por cierto, el presidente y el vicepresidente de esta comisión expresaron su desacuerdo en un libro que escribieron juntos posteriormente. Al igual que el abogado que fungía como consejero de esa misma comisión, un exfiscal federal, que escribió recientemente en un libro que el gobierno lo había obligado a mentir, para llamar las cosas por su nombre.
—En un asunto de Estado como éste, los testigos dicen ahora lo contrario de lo que habían dicho anteriormente. Usted citaba hace un instante a Jimmy McIntyre, el corresponsal de la CNN en el Pentágono. El 11 de septiembre él es categórico: ningún avión de pasajeros se estrelló contra el edificio. Pero ese mismo Jimmy McIntyre organiza en abril de 2002 un largo programa especial de la CNN en el que asegura que cuando yo me expreso como lo hago es por antiamericanismo y que es imposible poner en duda que el vuelo 77 se haya estrellado contra el Pentágono. La comisión escuchó sólo a dos testigos, que se retractaron, y descartó a todos los que insistían en contradecir la versión de la administración de Bush. A mí me costó mucho trabajo que la gente incorporara a sus análisis el derrumbe del edificio siete. Varios días después de los atentados, aquel hecho había desaparecido de la memoria colectiva. Y observo que la especulación bursátil anterior a favor de la baja, que antecedió al 11 de septiembre, también cayó en el olvido y, como señala usted en su libro, sólo fue mencionada nuevamente debido al escándalo de Madoff. Además, a pesar de todos mis esfuerzos, todo el mundo –incluyendo a los Truthers en Estados Unidos– se obstina en ignorar el incendio del anexo de la Casa Blanca y la comunicación de los atacantes con la Casa Blanca, en la que se usaron los códigos presidenciales, dos hechos ampliamente probados –el primero fue incluso filmado por ABC– y que impulsaron al consejero antiterrorista Richard Clarke a poner en marcha el Programa de Continuidad del Gobierno. ¿Cómo se explican todos esos ejemplos de amnesia colectiva?
J. McIntyre, corresponsal permanente de la cadena CNN en el Pentágono atestando en directo el 11-Septiembre que no impactó ningún avión
—Sí, James McIntyre se contradijo sin el menor escrúpulo en CNN. A pesar de lo cual sus declaraciones del primer momento siguen estando accesibles. En cambio, el otro colega, Bob Plugh, nunca ha modificado en lo más mínimo su versión. El 11 de septiembre de 2001, McIntyre, corresponsal permanente de la CNN en el Pentágono, reporta en vivo que ningún avión se había estrellado contra el edificio. Posteriormente habrá de retractarse para convertirse en uno de los defensores de la versión gubernamental. En cuanto a la memoria colectiva, ya se sabe que es selectiva y que retiene únicamente –me refiero al público– lo que oye o lee en los medios de prensa. Y los medios estadounidenses, a pesar de tenernos acostumbrados a un mejor desempeño, sólo hicieron su trabajo durante los dos, tres o cuatro días posteriores a los atentados. Lo dice el propio Walter Pinkus, del Washington Post, uno de los veteranos más curtidos de la profesión. Hubo un tránsito muy rápido hacia la perorata controlada por el gobierno. Lo dramático es que se habla ante todo de las dos torres gigantes que se habían derrumbado y de los 3 mil muertos. Tuvo que pasar, en efecto, mucho tiempo antes de que se admitiera que el derrumbe del edificio siete tenía una importancia fundamental, y que era incluso el talón de Aquiles de la versión (del gobierno de) Bush. Hoy en día, toda la gente que tiene que ver con el tema sabe eso. Pero es verdad que tuvo que pasar mucho tiempo. A pesar de eso, todavía hoy, cuando usted pregunta de pronto en una conversación con un grupo de personas, en sociedad, “¿cuántos edificios se cayeron el 11 de septiembre?”, nueve de cada 10 respuestas será “dos”. En cuanto al incendio en el anexo de la Casa Blanca y la utilización de los códigos presidenciales, quizá sea un poco temprano todavía. No porque se trate de información sin importancia, todo lo contrario, sino porque, como dicen, puede ser que haya que darle tiempo al tiempo.
—No son ésos los únicos hechos que han caído en el olvido. ¿Sabía usted que ninguno de los magnates que tenían sus oficinas en el World Trade Center se encontraba allí aquel día porque estaban en Nebraska, precisamente en la base militar de Offutt, donde Bush se unió a ellos al mediodía? Esa información no estaba en mi libro. La publiqué poco después en el principal diario español, El Mundo, que es también mi editor en España. ¿Por qué la gente sigue sin querer tomar en cuenta todos los hechos?
—Sí, supe que cierto número de “consejos de administración” fueron “descentralizados” del World Trade Center aquel día… lo cual es un elemento realmente importante, sobre todo junto con la información que usted menciona. En eso también creo que cuando la máquina se ponga en marcha –y a mí me parece que está empezando a moverse– todo eso saldrá a la luz. Por mi parte, yo tomé una decisión con mi libro: la de contar lo que realmente sucedió el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, en función de lo que hoy es materia de consenso y con elementos irrefutables que el lector puede verificar por sí mismo. Digamos que creo haber redactado una obra de “sensibilización” sobre lo más espectacular que la gente recuerda de aquellos hechos. Y, según las primeras reacciones que he podido conocer, hay muchos que se han quedado muy sorprendidos. Todo eso es muy duro de admitir, pero es real. Se trata de una etapa. Como yo le decía hace un instante, lo demás tiene que venir detrás; pero es bueno tener todo esto en mente.
—Su libro nos muestra que, aunque algunas instituciones defienden aún la versión gubernamental sobre los atentados o algunos expertos apoyan en general las conclusiones (de esa versión), ningún profesional se arriesga ya a defender ningún aspecto en particular. Por ejemplo, se sigue diciendo que Al Qaeda atacó el Pentágono, pero ya ningún experto se atreverá a decir que identificó los restos de un Boeing en el lugar del crimen. O se habla, e incluso se lleva a la pantalla de cine, la rebelión de los pasajeros del avión desaparecido en Pensilvania, pero ya ningún experto se atreve a citar como auténticas las llamadas telefónicas en las que los pasajeros supuestamente dejaron testimonio de esa rebelión. ¿Cómo explica usted que sigan aferrándose a la versión gubernamental cuando no existe ya ningún elemento que la corrobore?
—Yo creo que simplemente no pueden hacer otra cosa. Yo digo en mi libro que la posición de esa gente se ha hecho ya absolutamente insostenible, pero ¿qué alternativa les queda? Ninguna que no sea persistir en la negación o, en el caso de algunos, ser condenados a varios cientos de años de cárcel. Además, eso es exactamente lo que está pasando: ya nadie se arriesga a defender un punto específico (de la versión oficial). Vi un documental sobre el vuelo 93 y sus numerosas llamadas telefónicas. Es posible que el realizador lo haya hecho de buena fe. Su documental es anterior al proceso contra Moussaoui, donde el propio FBI, al tener que presentar los informes sobre esas conversaciones telefónicas, explicó que en 2001 era técnicamente imposible llamar a tierra con un teléfono celular desde la altitud a la que se encontraba el vuelo 93. Así que, después de una confesión de esa magnitud, es muy difícil encontrar un “experto” que se atreva a discutir eso. No tiene nada de sorprendente que los partidarios de la versión oficial se sigan aferrando a ella a pesar de estar irremediablemente atrapados por pruebas como ésa. En cambio, que los medios de prensa que disponen de esas informaciones mantengan ese juego, ya perdido de antemano, sí resulta mucho más sorprendente –si se quiere considerar esa posición como sorprendente–. Aunque he notado, en los cuatro o cinco últimos meses, algunos síntomas, intermitentes pero perceptibles, en algunos colegas.
—Usted puso especial cuidado en recapitular hechos sin ofrecer ninguna interpretación. Tres hipótesis se distinguen a menudo: o la administración de Bush no tenía conocimiento previo de los atentados o tenía conocimiento pero permitió que se perpetraran, o está implicada en su realización. ¿Cómo se sitúa actualmente la opinión pública en Estados Unidos?
Foto: David Ray Griffin
—La posición de los Trutherts, como David Ray Griffin, uno de sus inspiradores, con quien tuve la oportunidad de reunirme, es muy clara: “It’s an inside job”, me dijo sin pestañear. Es decir que se trata de un golpe preparado desde adentro, la tercera hipótesis que usted menciona. Estábamos solos, tomando un café, y me impresionó esa confidencia porque venía de un hombre tan preciso como prudente y astuto en sus declaraciones públicas. Aunque dejo casi siempre que mi lector se forme su propia opinión, tengo que decir que mi convicción al cabo de años de estudios sobre este tema es que la administración de Bush estaba perfectamente al corriente de lo que iba a suceder. No son pruebas lo que hace falta. Pero también un sector de esa administración –del lado de los neoconservadores, claro está– había “acompañado” los atentados. No me imagino a un grupo de islamistas manejando toneladas de nanotermita e instalándolas a su gusto por los tres edificios destruidos. Pero la convicción de Griffin me impresionó, porque yo sé que él tiene mucho que escribir aún sobre el tema, y que tiene informaciones de primera mano.
—En Estados Unidos, el Movimiento por la Verdad sobre el 11 de septiembre de 2001 reclama la “reapertura de una investigación”. Esos ciudadanos estadunidenses parecen pensar que se trata de un hecho de crónica roja que pudiera ser juzgado algún día por tribunales civiles y que la razón de Estado no existe. Sin embargo, sea cual sea la interpretación que podamos dar a esos hechos, está claro que esos atentados no sólo rebasan el marco del derecho nacional estadunidense, sino que caen en el campo del derecho internacional, y que la administración de Bush ha hecho de todo para esconder la verdad, ya sea directamente o a través de la comisión investigadora presidencial. ¿Qué significa entonces ese reclamo de una investigación judicial?
—Yo soy exactamente de la misma opinión que usted. Lo sucedido el 11 de septiembre no fue otra cosa que la fabricación de una justificación para emprender operaciones ya planificadas contra Afganistán y, después, contra Irak. Y en mi opinión, ese tipo de cosas cae dentro de la jurisdicción de un tribunal penal internacional. También pienso que los líderes del Movimiento por la Verdad tienen en mente eso mismo desde hace tiempo. Pero, mientras tanto, los cientos de miles de Truthers anónimos tienen, por su parte, sus propias cuentas que saldar en el terreno judicial y han trabajado como locos para eso: abrir una nueva investigación nacional, lograr que sean condenados todos los que mataron o dejaron matar a 3 mil estadounidenses. Es evidente que eso puede ser un inicio ideal para pasar a una fase internacional, pero también es cierto que se corre el riesgo de que se convierta en una etapa muy, muy larga. ¿A pesar de ello, piensan los líderes de los Truthers insistir en ese sentido antes de una nueva investigación seguida de grandes juicios? Me parece que no es imposible. Y, en todo caso, nada se opone a una acción de ese tipo, dados los argumentos y pruebas de los que actualmente disponen.
—El 11 de septiembre es un hecho estadounidense de consecuencias mundiales. Usted prefirió tratar ampliamente el Movimiento por la Verdad en Estados Unidos y dedicar unos pocos párrafos a las reacciones en el resto del mundo. ¿Significa eso que lo único importante o creíble es lo que pasa en el corazón del imperio?
—Por supuesto que no. Yo escribí este libro precisamente porque los hechos mundiales que fueron consecuencia del 11 de septiembre me parecen absolutamente insoportables. Simplemente, adopté como punto de vista el que en Francia no se conoce suficientemente la génesis de este catastrófico principio del tercer milenio. En la Europa francófona, en particular en Francia, sólo se habla de aquel hecho a través del anatema, del insulto y la imprecación. Yo quise proporcionar elementos que sirvan de base a una discusión sana, entre adultos, sobre un hecho que cambió totalmente el mundo. Así que es muy evidente que yo observo con la mayor atención lo sucedido y lo que está sucediendo, la intrusión en el Medio Oriente y los próximos blancos del plan, Rusia y China, por ejemplo. Traté de poner a la gente al tanto de lo que realmente sucedió el 11 de septiembre de 2001. Ahora es probable que me dedique a estudiar otros aspectos del problema. Hay tanto que escribir…
* El libro “11-Septembre, les vérités cachées” disponible en la Librería del Réseau Voltaire.
http://www.voltairenet.org/librairie/product_info.php?products_id=94&language=fr
Fuentes : Original en francés Éric Raynaud : « aux États-Unis, plus aucun expert ne prend le risque de défendre un point précis de la version gouvernementale »
http://www.voltairenet.org/article162014.html
Español: “11 de septiembre: falsedades al descubierto”
Voltaire 5 DE OCTUBRE DE 2009.
http://www.voltairenet.org/article162401.html
El día de los ataques del11-S, preguntaron al ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu qué significado tendría el ataque para las relaciones EEUU-Israel. Su rápida respuesta fue: «Muy bueno. Pues, no es bueno, pero generará simpatía inmediata (para Israel)».
Las guerras de los servicios de inteligencia se basan en modelos matemáticos para anticipar la respuesta del «blanco» a provocaciones escenificadas. Así las reacciones se hacen previsibles – dentro de un espectro aceptable de probabilidades. Cuando el matemático israelíRobert J. Aumann recibió el Premio Nobel 2005 de economía, reconoció que «toda la escuela de pensadores que hemos desarrollado aquí en Israel” ha convertido a “Israel en la principal autoridad en ese campo».
Con una provocación bien planificada, la reacción anticipada puede incluso convertirse en un arma en el arsenal del agente provocador. Como reacción al 11-S ¿cuán difícil sería prever que EEUU recurriría a sus fuerzas armadas para vengar ese ataque? Con información amañada, ¿cuán difícil sería reorientar esa reacción para librar una guerra planificada hace tiempo contra Irak – no en función de los intereses de EEUU sino para impulsar la agenda del Gran Israel?
El componente emocionalmente desgarrador de una provocación juega un papel clave en el campo de los planificadores de guerras usando la teoría de los juegos en el cual Israel es la autoridad. Con el asesinato televisado de 3.000 estadounidenses, el modo de pensar compartido de choque, tristeza e indignación hizo más fácil que los responsables políticos de EEUU creyeran que un Malhechor conocido en Irak era el responsable, sin que importaran los hechos.
El desplazamiento estratégico de hechos con creencias inducidas, por su parte, requiere un período de «preparación de la actitud mental» para que «el blanco» ponga su fe en una ficción pre-escenificada. Los que indujeron la invasión de Irak en marzo de 2003, comenzaron más de una década antes a «colocar hilos mentales» y a crear asociaciones mentales que impulsaran un plan.
Notable entre esos hilos fue la publicación en 1993 en Foreign Affairs de un artículo del profesor de Harvard Samuel Huntington. Para cuando su análisis apareció en forma de libro en 1996 como «El choque de civilizaciones», más de 100 académicos y think-tanks estaban listos para promoverlo, preparando un «consenso de choque» cinco años antes del 11-S.
También fue publicado en 1996, bajo la conducción de Richard Perle: «A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm» ["Un cambio nítido: una nueva estrategia para asegurar el territorio nacional"] (es decir Israel). Miembro desde 1987 del Comité para la Política de Defensa de EEUU, el auto-declarado sionista se convirtió en su presidente en 2001.
Como asesor clave del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el alto puesto de Perle en el Pentágono ayudó a crear el fundamento necesario para remover a Sadam Hussein como parte de una estrategia para un Gran Israel, un tema clave de «A Clean Break» publicado cinco años antes del 11-S.
Un asesinato masivo, artículos, libros, think-tanks y conocedores del Pentágono sin embargo, no bastan para administrar las variables en un modelo de juego de guerra «probabilista». También se necesita responsables políticos que lo apoyen para prestar la apariencia de legitimidad y credibilidad a una operación justificada por inteligencia fijada alrededor de un plan predeterminado.
Ese papel fue cumplido con empeño por los senadores John McCain, Joe Lieberman, judío sionista de Connecticut, y Jon Kyl, cristiano sionista de Arizona, que patrocinaron en conjunto la Ley de Liberación de Irak de 1998. Haciéndose eco de la agenda de Tel Aviv en «A Clean Break», su ley estableció un hilo mental más en el modo de pensar público al pedir la remoción de Sadam Hussein tres años antes del 11-S.
Esa legislación también asignó 97 millones de dólares, en gran parte para promover esa agenda sionista. Distraído por elecciones al Congreso a mitad de período y por recursos de recusación por un oportuno affaire presidencial con la pasante en la Casa Blanca, Monica Lewinsky, Bill Clinton convirtió esa agenda en ley el 31 de octubre de 1998 – cinco años antes de la invasión dirigida por EE.UU. que derrocó a Sadam Hussein.
Después del 11-S, John McCain y Joe Lieberman se hicieron inseparables compañeros de ruta y propugnadores incontenibles de lainvasión de Irak. Pareciendo «presidencial» a bordo del portaaviones USS Theodore Roosevelt en enero de 2002, McCain estableció un nuevo hilo crucial cuando agitó un gorro de almirante, mientras proclamaba junto a Lieberman: «¡Vamos a Bagdad!»
Mediante el engaño
El descaro con el que progresó esa estrategia de teoría de los juegos a plena vista pudo ser visto en la conducta del secretario adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz, otro sionista conocedor del círculo íntimo. Cuatro días después del 11-S, en una reunión de personalidades importantes en Camp David, propuso que EEUU invadiera Irak. En aquel entonces, la inteligencia disponible todavía no apuntaba a una participación iraquí y se suponía que Osama bin Laden estaba oculto en una región remota de Afganistán.
Frustrado porque el presidente George H.W. Bush no quiso remover a Sadam Hussein durante la Guerra del Golfo de 1991, Wolfowitz propuso una Zona de No Vuelo en el norte de Irak. Al llegar el año 2001, el Mossad israelí había tenido agentes trabajando durante una década en la ciudad norteña iraquí de Mosul. Informes de inteligencia sobre vínculos iraquíes con al-Qaeda también provinieron de Mosul – informes que posteriormente resultaron ser falsos. Mosul volvió a aparecer en noviembre de 2004 como centro de la insurgencia que desestabilizó Irak.
Esa reacción imposibilitó la rápida salida de fuerzas de la coalición prometida en testimonio ante el Congreso por el importante planificador de la guerra, Wolfowitz.
La fuente común de la inteligencia amañada que indujo a EEUU a la guerra en Irak todavía tiene que ser reconocida, aunque expertos en inteligencia están de acuerdo en que un engaño en semejante escala necesitó una década para planificar, dotar de personal, preparar, orquestar y, hasta la fecha, encubrir. Los dos dirigentes del informe de la Comisión del 11-S admitieron que miembros de la Comisión impidieron que escucharan testimonio sobre la motivación del 11-S: la relación EEUU-Israel.
Las ficciones aceptadas como verdades generalmente aceptadas incluyeron las armas de destrucción masiva de Irak, vínculos iraquíes con al-Qaeda, reuniones iraquíes con al-Qaeda en Praga, laboratorios móviles iraquíes de armas biológicas y compras iraquíes de «yellowcake» de uranio de Níger. Sólo este último caso fue admitido como engañoso en el marco de tiempo relevante. Se reveló sólo después del inicio de la guerra que todo el resto era falso, deficiente o amañado. Un intento de encubrir la historia del yellowcake llevó al procesamiento federal del jefe de gabinete del vicepresidente, Lewis Libby, otro entendido sionista bien posicionado.
¿Incluyó también la orquestación previa modelada según la teoría de los juegos la provocación israelí que condujo a la Segunda Intifada? Una intifada es un levantamiento o, literalmente, «zafarse» de un opresor.
La Segunda Intifada en Palestina comenzó en septiembre de 2000 cuando el primer ministro de Israel, Ariel Sharon, encabezó una marcha armada al monte del Templo de Jerusalén un año antes del 11-S.
Después de un año de calma durante el cual los palestinos creyeron en las perspectivas de paz – los atentados suicidas recomenzaron después de esa extraordinaria provocación. Como reacción ante el levantamiento, Sharon y Netanyahu señalaron que los estadounidenses comprenderían la situación difícil de los victimizados israelíes sólo cuando «sientan nuestro dolor». Pero ambos dirigentes israelíes sugirieron que ese modo de pensar compartido (“sientan nuestro dolor”) requeriría en EEUU un recuento de víctimas ponderado de 4.500 a 5.000 estadounidenses víctimas del terrorismo, el cálculo inicial de los que murieron en las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York un año después.
¿La valkiria estadounidense?
Cuando tiene éxito la teoría de los juegos de guerra, fortalece al agente provocador mientras deja al blanco desacreditado y agotado por la reacción anticipada a una provocación hecha en el momento adecuado. Según los estándares de la teoría de juegos, el 11-S fue un éxito estratégico porque EEUU apareció irracional en sus reacciones – la invasión de Irak que provocó una mortífera insurgencia con consecuencias devastadoras tanto para Irak como para EEUU.
Esa insurgencia, por su parte, fue una reacción fácilmente modelada ante la invasión de una nación que (a) no jugó ningún papel en la provocación, y (b) de la que se sabía que estaba poblada por tres sectas en conflicto desde hace tiempo, donde una paz inestable era mantenida por un ex aliado de EEUU quien fue rebautizado como el Malhechor. A medida que aumentaba el coste en sangre y dinero, EEUU se sobre-extendió militar, financiera y diplomáticamente.
Mientras “«el blanco» (EEUU) aparecía en primer plano, el agente provocador se desvanecía en el fondo. Pero sólo después de dinámicas catalizadoras que continuamente vaciaban a EEUU de credibilidad, recursos y resolución. Esta victoria «probabilista» también provocó cinismo, inseguridad, desconfianza y desilusión generalizados junto con una capacidad declinante para defender sus intereses debido a la duplicidad de un enemigo interior experto en la teoría de los juegos.
Mientras tanto, el público estadounidense cayó bajo un régimen de supervisión, vigilancia e intimidación presentado como seguridad «de la patria». Esa operación interior incluso presenta indicios retóricos de una «patria» de la Segunda Guerra Mundial con señales obvias de un fuerza extraña a EE.UU. con su adopción bienvenida de la disensión abierta.
¿Se quiere que esta operación proteja a los estadounidenses o que ampare contra los estadounidenses a los responsables de esta operación de personas de dentro con acceso a información privilegiada?
Al manipular el modo de pensar compartido, los expertos planificadores de guerras mediante el uso de la teoría de los juegos pueden librar batallas a plena vista y en múltiples frentes con recursos mínimos. Una estrategia probada: Presentarse como aliado de una nación bien armada predispuesta a desplegar sus fuerzas armadas como reacción ante un asesinato masivo. En este caso, el resultado desestabilizó Iraq, creando crisis que podían ser explotadas para obtener una ventaja estratégica al expandir el conflicto a Irán, otro objetivo clave de Israel anunciado en «A Clean Break» – siete años antes de la invasión de Irak.
¿Qué nación se benefició del despliegue de fuerzas de la coalición en la región? El resultado actual, matemáticamente modelable, debilitó la seguridad nacional de EEUU al sobre-extender sus fuerzas armadas, desacreditar su dirigencia, degradar su condición financiera y deshabilitar su voluntad política. En términos de teoría de juegos, esos resultados fueron «perfectamente previsibles» – dentro de una gama aceptable de probabilidades.
En la asimetría que tipifica la actual guerra inconvencional, los que son pocos en cantidad tienen que librar la guerra mediante el engaño, no de modo transparente y con medios que influyan en su impacto.
¿Qué nación si no Israel se ajusta a esa descripción?
¿Traición a plena vista?
Los planificadores de guerras usando la teoría de los juegos manipulan el entorno mental compartido conformando percepciones y creando impresiones que se convierten en opiniones de consenso. Con la ayuda de crisis bien calculadas, los creadores de políticas se alinean con una agenda predeterminada – no porque sean Malhechores o «imperialistas» sino porque el modo de pensar compartido ha sido precondicionado para que reaccione no a los hechos sino a emociones manipuladas y creencias consensuales. Sin el asesinato de 3.000 personas el 11-S, ahora la credibilidad de EE.UU. no estaría dañada y la economía de EE.UU. estaría en mejores condiciones.
Pero el desplazamiento continuo de hechos con los cuales «el blanco» puede ser inducido a creer, los pocos dentro de los pocos amplifican el impacto de su duplicidad. Mediante la manipulación del modo de pensar del público, los planificadores de guerras mediante la teoría de los juegos pueden derrotar a un oponente con recursos vastamente superiores induciendo las decisiones que aseguran su derrota.
Las guerras de inteligencia son libradas a plena vista y bajo la cobertura de creencias ampliamente compartidas. Al manipular la opinión consensual, esas guerras pueden ser ganadas desde el interior induciendo a un pueblo a elegir libremente precisamente las fuerzas que ponen en peligro su libertad. Por lo tanto en la Era de la Información el poder desproporcionado ejercido por los que tienen una influencia desproporcionada en los medios, la cultura pop, los think-tanks, el sector académico y la política – dominios en los que la influencia sionista es más incontrolada.
Las creencias inducidas actúan como un multiplicador de fuerzas para librar guerras de inteligencia desde las sombras. En el núcleo operacional de una tal guerra están los que son magistrales en la anticipación de la reacción del blanco a una provocación y en la incorporación de esa reacción en su arsenal. Para los que libran guerras de esa manera, los hechos son sólo una barrera que hay que superar. Para las naciones que dependen de hechos, el estado de derecho y el consenso informado para proteger su libertad, esa traición de los poseedores de información privilegiada plantea la mayor amenaza posible para la seguridad nacional.
EEUU es mucho menos seguro que antes del 11-S. Es obvio que Tel Aviv tiene la intención de continuar con sus provocaciones en serie, como lo demuestra su continua expansión de los asentamientos. Israel no ha mostrado señal alguna de su disposición a negociar de buena fe o tomar los pasos necesarios para que la paz sea una posibilidad.
Hasta hoy, Barack Obama no parece estar dispuesto a nombrar a altos funcionarios que no sean sionistas o fuertemente pro-israelíes. La mayor amenaza para la paz mundial no son los terroristas. La mayor amenaza es la relación EEUU-Israel.
Tal como fue necesaria una década de escenificación previa para inducir plausiblemente a EE.UU. a invadir Irak, existe actualmente una estrategia para persuadir a EEUU para que invada Irán o para que apoye o condone un ataque por Israel. La misma duplicidad actúa de nuevo, incluida la identificación destacada del indispensable Malhechor. Desde el comienzo mismo, la empresa sionista se concentró en la hegemonía en Oriente Próximo. Su enmarañada alianza con EEUU posibilitó que esa empresa desplegara el poderío estadounidense con ese fin.
Sólo una nación poseía los medios, el motivo, la oportunidad y los servicios de inteligencia estatal necesarios para llevar a EEUU a la guerra en Oriente Próximo, mientras al mismo tiempo hacía parecer como si el problema fuera el Islam. Si Barack Obama sigue acatando las decisiones de Tel Aviv, puede ser culpado en buena lid cuando el próximo ataque ocurra en EEUU o en la Unión Europea con la orgía usual de evidencia que apunta a un objetivo predeterminado. Si ocurre otro asesinato masivo, ese evento será rastreable directamente a la relación EEUU-Israel y al hecho de que los responsables políticos de EEUU no hayan sido capaces de liberar a su país de ese enemigo interior.
Jeff Gates, autor ampliamente aclamado, abogado, banquero de inversiones, educador y asesor a dirigentes gubernamentales, corporativos y sindicales en todo el mundo. Su próximo libro es “Guilt By Association—How Deception and Self-Deceit Took America to War” (2008). Sus libros anteriores incluyen: “Democracy at Risk: Rescuing Main Street From Wall Street” y “The Ownership Solution: Toward a Shared Capitalism for the 21st Century.
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Fuentes: Information Clearing House. http://www.informationclearinghouse.info/article23488.htm
Traducido del inglés por Germán Leyens de Rebelión.
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