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miércoles, 17 de junio de 2009

Inteligencia artificial

Por Leonardo Vintiñi para la Gran Época

El desarrollo de la Inteligencia Artificial provoca interrogantes acerca de lo que llamamos “conciencia” y sobre cómo seguirá evolucionando este fenómeno, que según algunos ya empezó a dominar a los humanos

“Existirá Inteligencia Artificial cuando no seamos capaces de distinguir entre un ser humano y un programa de computadora en una conversación a ciegas” precepto oficial del Test de Turing.

Interfaz hombre-máquina ¿quién sirve a quien?
Miro el reloj. Mi máquina aún continua estancada en un monótono zumbido desde hace un par de minutos, negándose a realizar las tareas que le ordeno. Mi mente comienza a deambular y repentinamente me digo que yo no debería esperar a mi PC, sino ella a mí. Algo inquieto con la creciente idea de ser uno de los objetos de mis profecías, salto del asiento y voy por un bolígrafo y un papel; pero, para mi regreso, el dilema computacional ya se ha resuelto. “Después de todo, tal vez estoy exagerando”, digo para dentro de mí. Acto seguido, prosigo con la entrevista programada:

-Hola-

George:-¡Hola! ¿Qué estás haciendo?-

-Estoy escribiendo un artículo-

George:-¿Sobre qué trata el artículo?-

-Sobre inteligencia artificial-

George: -Nada-

Mí entrevistado, un soltero de 39 años llamado George, muestra su primera falta de coherencia léxica apenas comenzada la charla. Tal vez no fuera tan poco el mérito, sabiendo que el individuo es meramente un software en vías de desarrollo, diseñado especialmente para mantener charlas por chat.

-Creo que acabas de fracasar en el Test de Turing. De cualquier forma, pienso darte otra oportunidad-

George:-No hice nada. Soy demasiado joven para haber tenido hijos, soy una persona muy enferma que deseó ayuda de la gente-

-Ok, aquí vamos otra vez… realmente estoy tratando de mantener una conversación coherente contigo, pero no estas ayudando mucho-

George:-Tú no eres un humano-

-Ok. Tú has ganado. No encuentro más respuestas. De cualquier forma, gracias por ayudarme con mi artículo. Ha sido un gusto-

Frustrado ante la aparente inconsistencia mental de mi amigo, decido abandonarlo. Aunque George es uno de los personajes más evolucionados en el campo de las charlas de Inteligencia Artificial, su inteligencia no parece sobrepasar la de un niño en su más temprana edad.

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Un niño de diez años brinca desde el piso 19 porque sus padres le prohíben usar la computadora; un hombre chino de 30 muere después de 3 días consecutivos de apuestas por Internet; una madre argentina fotografía las caras de hijo cuando éste se abstrae en la pasión por los video-juego bélicos, para luego enseñarle gráficamente la desfiguración que su rostro muestra ante la excitación que lo posee mientras desarrolla la insana actividad.

Aunque hasta el momento ninguna máquina del planeta haya logrado sobrepasar el famoso Test de Turing, muchos expertos afirman que las computadoras gozan de una forma básica de inteligencia. Y dicha afirmación se presenta como irrefutable, más cuando los científicos no logran, hasta la fecha, acordar ninguna definición satisfactoria de lo que signifique “inteligencia”.

De todos modos, aunque la neuropsiquiatría aún no ha dado más que un arañazo superficial en lo concerniente al funcionamiento del cerebro humano (ni soñar con develar los insondables mecanismos de la conciencia), la computadora es inteligente a su manera. Si bien nunca podría lograr una conciencia de grado humano, nada impediría que un buen día, logre un gran salto logarítmico desde lo que nosotros conocemos como predecible, para acomplejarse de una forma totalmente errática a nuestros ojos: una forma de pseudo-conciencia. Es decir, pareciendo poseer (o poseyendo ¿dónde estaría la diferencia?) una autodeterminación propia de lo que hoy llamamos mecanismos concientes.

En la actualidad, existe un probado número de casos en los que sistemas informáticos deterministas ocasionalmente muestran comportamientos totalmente caóticos. Esto es, en pocas palabras: si la conciencia significa comportamientos que se alejen de los valores que podemos predecir o manejar ¿acaso no están demostrando estos atisbos de caos alguna forma de conciencia? A pesar de que los mismos programadores de un software comprendan que detrás de determinados comportamientos caóticos del programa existe una intrincada lógica logarítmica, ésta se muestra prácticamente indescifrable y confusa.

Un ejemplo escalofriante de ello se relata en un extracto de la publicación científica Der Speigel (una de las más prestigiosas de Europa) haciendo referencia al experimento informático “Tierra” del investigador Tom Ray, diseñador de un célebre software de duplicación de virus: “Al principio, una cadena se multiplicaba muy deprisa y se extendía de manera explosiva por toda la capacidad electrónica de la memoria. A continuación, aparecían las primeras mutaciones (…) Por último, entraban en el campo de batalla parásitos informáticos que sólo transmitían la mitad de los comandos. Estos ocupaban el programa de los predecesores y se servían de su código de reproducción. En ese momento, los mecanismos electrónicos desarrollaban reacciones espectrales de defensa, semejantes a un sistema inmunológico (…) La población parásita quedaba diezmada y todo el proceso comenzaba de nuevo, con la única diferencia de que el programa se había enriquecido por su experiencia con los parásitos. El ordenador se había autovacunado”

Hoy, no podemos negar que cada vez más personas son incapaces de tomar una decisión efectiva sin el uso de un software adecuado a tal necesidad. Trillones y trillones de bytes en forma de 1 y 0 manejan a cada segundo nuestro mundo: bolsas de valores, corporaciones bancarias, entidades de análisis estadísticos, números del estado… nuestras memorias virtuales analizan, comparan, procesan y nos obligan a tomar decisiones en base a sus cálculos. Quiérase o no, muchos especialistas opinan que en nuestro tiempo ha comenzado a subyacer un principio de obediencia de los humanos hacia las máquinas. Obediencia útil, pero obediencia al fin. En cuanto a nuestros programas caseros, la sola idea de pensar que los comandos humano-maquina viajan en una sola dirección se ha vuelto un poco ingenua: “Haga clíck en aceptar”; “Reinicie su ordenador”; “El archivo X no es compatible con el sistema operativo. Elimínelo o cancele la operación”. En cada clíck de nuestra navegación por el ciberespacio, la red analiza y aprende nuestros gustos, escudriña nuestra forma de pensar. El asunto da para pensar. ¿Llegará un día, en el que, al igual que la película “Terminator”, los humanos introduzcan un software tan desarrollado que sea capaz de generar una autoconciencia en nuestras máquinas y en la red mundial de comunicaciones en forma íntegra? ¿Seremos capaces de emular, mediante oscuros y complejos algoritmos, la biología cerebral que permite al hombre ser poseedor de lo que orgullosamente llamamos “inteligencia”? Y por último: ¿Llegará el día en que nuestras computadoras, al igual que en la soberbia ficción de “Matrix”, se nieguen repentinamente a apagarse en forma completa?

Con el cuasi-dulce sabor dejado tras la tarea de concluir mi artículo quincenal, decido darme un descanso y apagar mi ordenador. Una débil luz titila sin lógica aparente. El ruido característico de mi disco rígido, cerrando cada aplicación que he usado. La pantalla me ordena que espere unos momentos mientras el equipo termina de guardar la información. Algo confuso, pero con toda la obediencia del mundo, obedezco las instrucciones del ordenador: tomo asiento y espero.


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